¿DEBE CAMBIAR EL ACTUAL MODELO SINDICAL PARA RECUPERAR EL SINDICALISMO?


 

Últimamente no resulta extraño leer o escuchar en alguna tertulia que el sindicalismo se encuentra en una profunda crisis. Si analizamos la realidad nos topamos con una clara debilidad sindical, aspecto que viene también entroncado con la escasa densidad afiliativa y, quizás el aspecto más importante, una clara desafección de las trabajadoras y trabajadores por las organizaciones sindicales. Quienes habitualmente reflexionamos sobre la crisis del sindicalismo lo hacemos convencidos de su importancia y trascendencia. Pocas o muy pocas veces llegamos a poner en entredicho el modelo y la orientación del sindicalismo. La pregunta entonces se traduce en ¿es necesario este sindicalismo?

No cabe duda que el actual modelo sindical es incapaz de contrarrestar el golpeo constante del neoliberalismo, y de la misma forma evitar la gradual y constante desafección de la clase trabajadora con el mismo, que va asociada a la falta legitimidad de los sindicatos como agentes sociales. No cabe duda que incide especialmente en esta percepción los bajos porcentajes de afiliación, la escasa capacidad de movilización y negociación, la excesiva dependencia de recursos estatales externos, etc. Pero quizás lo más importante, a mi modesto entender, es que el debilitamiento sindical no es únicamente un efecto externo, sino que es consecuencia de la propia acción sindical.

Leyendo las aportaciones que se han publicado en los últimos años no se ha conseguido distinguir que se pusiera especial énfasis en la necesidad de reencontrar la acción sindical, su comportamiento, su finalidad, las tácticas empleadas. Pocos estudios analizan las estructuras sindicales, ¿no es necesario replantearlas? Pero lo más significativo, o lo que más sorprende es que no se analice el modelo sindical. Normalmente se pasa de puntillas por la burocratización sindical; un modelo basado en la lógica de la concertación que ha venido sustituyendo las garantías internas de supervivencia del sindicalismo (justicia, igualdad, conquista de derechos) por las externas, esto es; por los apoyos y reconocimientos institucionales, desatendiendo a la mayoría de las y los trabajadores que bien están en el desempleo, o están en trabajo precario y/o sumergido. La pregunta entonces se traduce en ¿es necesario este sindicalismo?
Tal y como afirma Letamendia (2009), la actual preocupación de los sindicatos es la de ser agentes de concertación y no de defensa de intereses de clase. Desde los pactos de la Moncloa se ha ido un modelando un sindicalismo que tiene como objetivo la supervivencia y estabilidad del actual sistema de relaciones laborales. Lo que pretende el sindicalismo institucional es satisfacer la necesidad de orden que los grandes capitales dictan a cambio de valor –reconocimiento– y poder. Esta teoría del sindicalismo institucional desarrollada entre otros por Dunlop, ha sido y es la que domina en el Estado español. El sindicalismo institucional se ha visto reforzado porque sus posibles alternativas han intentado competir en el juego del reconocimiento institucional, o han sido incapaces de desarrollar un modelo aceptable.
Es importante analizar otras estrategias sindicales más comunes, menos llamativas pero más dolosas para el sindicalismo. Así os encontramos con la doble escala salarial, la gestión del Patrimonio Sindical Acumulado, la política sindical ante los ERE (amañados o no), los cursos de formación, la financiación interna de los sindicatos, las diferentes reformas laborales concertadas por los sindicatos institucionales más representativos, donde por ejemplo se concertaron las indeseables empresas de trabajo temporal.

Uno de los graves problemas del sindicalismo es el excesivo peso de la representatividad sobre la densidad sindical (afiliación). Tal y como explican Artiles y Köhler, la representatividad es una construcción social que se produce a tenor de las condiciones asociativas, la dinámica de los hechos y las peculiaridades de la estructura económica. Pero además es un concepto iuslaboralista que necesita que las autoridades públicas concedan un plus de poder institucional a aquellas organizaciones que se entiende que están mejor preparado para intermediar en el mercado laboral

Autores como Baylos defienden las bondades de la representación unitaria, ya que según ellos, mantiene la unidad de clase al basar la representatividad en el centro de trabajo de una manera inclusiva para todos los sujetos. Sin embargo, las elecciones sindicales segregan conscientemente a las trabajadoras en categorías profesionales: técnicos y administrativas, especialistas y las no cualificadas; las contratadas por la empresa de aquellas con una antigüedad menor de seis meses, las trabajadoras de alguna ETT o de aquellas personas trabajadoras que forman parte de los servicios externalizados (contratas, autónomas, etc.).

Difícilmente se puede mantener hoy en día el argumento de que las elecciones sindicales son un soporte de la unidad de clase, cuando los procesos de externalización son una práctica generalizada y cada vez más profusa. Es decir, en un mismo espacio se producen multitud de situaciones diferentes a las que la representación unitaria no puede responder, porque no le interesa ni legal ni convencionalmente, o bien porque no caen directamente bajo su ámbito de representación (por ejemplo las trabajadoras externalizadas o subcontratadas). La lógica de las representaciones unitarias conduce a que éstas atiendan a los sujetos estables en la estructura, marginando doblemente a quienes ya sufren la precariedad más alta, ya que estas no son potenciales votantes y, legalmente, no pueden representarlas. Los ejemplos más característicos se encuentran en muchas grandes empresas, en las que los eventuales, además de la precariedad, perciben salarios significativamente menores.

La representación unitaria posee actualmente una capacidad menguada para aunar a la clase trabajadora, los efectos de esta son evidentes en la práctica cotidiana. Y esta evidencia no es sólo constatada en nuestra realidad sindical tal y como lo recoge Boltanski y Chiapello cuando se refieren a la representación unitaria evidenciando desde otra óptica, la crisis del actual modelo; de este modo, el proceso de descalificación de los sindicatos se vio de nuevo alimentado porque el protagonismo de las elecciones contribuyó al olvido de los afiliados, hasta el momento en que se advirtió que una pérdida de la implantación demasiado avanzada contribuía a la regresión electoral y que la abstención vaciaba de sentido la organización de elecciones (Labbé, Croizat y Bevort, 1989).

Es evidente que la representación unitaria no es un modelo que ayude a los sindicatos a reforzarse, como tampoco puedan ser una herramienta muy útil para la defensa de los intereses de clase. Lo que no cabe duda es su capacidad para la defensa del corporativismo laboral, a tenor de los resultados.

Referencia Bibliográfica
Perera, M. (22 de Noviembre de 2014). 


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